Como ya comenté, el PN Mburucuyá tiene dos
senderos peatonales: el sendero Yatay (del que ya algo les adelanté, pero aún
queda más) y el sendero Che Roga, con el que comenzaremos ahora. Como solo mide
4,4 Km fuimos después de almorzar… Su nombre es de origen guaraní y significa
“Mi casa”.
Apenas
salimos tuvimos nuestra primera sorpresa: un zorro persiguiendo algo entre los
pastos. Vimos dos especies de zorros en este parque y los observamos durante todos
los días en que estuvimos acampando allí. El de la imagen, un zorro de monte (Cerdocyon thous) y el zorro gris (Lycalopex gymnocercus), ambos muy
hermosos cánidos.
Ya en el sendero Che Roga y habiendo recorrido
1,5 Km encontramos una laguna, no muy grande pero apacible. Buscamos un lugar y
nos sentamos a tomar unos mates, al rato una cabeza se asomó muy cerca nuestro:
era un carpincho (Hidrochaerus
hydrochaeris):
Y en la orilla opuesta toda una familia
correteaba buscando resguardo…
En unas ramas cercanas un biguá (Nannopterum brasilianus) secaba sus alas
al sol después de haber satisfecho su apetito en la laguna…
De pronto, vimos un movimiento en una
orilla a lo lejos, parecía un macá grande, pero no… era más claro, nos
acercamos, aunque no pudimos hacerlo demasiado, así que echamos mano a la
tecnología, zoom, mucho zoom y vimos quién era: un ipequí (Heliornis fulica), otro “lifer”, las fotos no son buenas, el ave
estaba muy muy lejos, pero bien valió la pena: primer registro de un Ipequí
para el Parque Nacional Mburucuyá. Además también tiene probabilidad de
observación II en la guía de Narosky-Izurrieta. Le envíe fotos y coordenadas al
guardaparques, quien lo subió al SIB (Sistema de Información de Biodiversidad) de
Parques Nacionales.
De regreso, todavía con la emoción de lo visto,
nos cruzamos con un viejo conocido: juan chiviro (Cyclarhis gujanensis):
Y en un árbol, queriendo parecer inadvertida con
su críptica vestimenta, vimos este hermoso ejemplar de mariposa lechuza (Caligo illioneus):
Otra tarde volvimos a recorrer, ahora con más
luz, los caminos del parque y… ¿qué vimos?: más bichos. Primero nos cruzamos
con una hermosa culebra, una ñacaniñá de monte (Mastigodryas bifossatus). No es venenosa pero su tamaño intimida...
Vean en este retrato esas pupilas, la gran mayoría de la serpientes no
venenosas las tienen redondas, y su cabeza no es triangular, lo que indica que
no tiene glándulas de veneno. Igual siempre hay que manejarse con cautela, los
detalles se pueden ver cuando no nos toma por sorpresa…
Esta foto es de cuerpo entero, tenía un
tamaño considerable, medía cerca de 150 cm, casi la atropellamos con el auto,
estaba paralizada en medio de la calle. Si bien no es venenosa, la literatura
dice que es muy agresiva. En realidad se quedó congelada e inmóvil, le tuve que
arrojar una rama para que velozmente saliese del camino.
Dejamos el auto en un costado del camino y
fuimos hacia unas lagunas que se veían a lo lejos. En realidad no era un
sendero habilitado, ni mucho menos, pero se veía prometedor. El primero que nos
descubrió fue este ñandú (Rhea americana),
de algo le sirve la altura, igual nos ignoró y tranquilito se alejó…
Caminando hacia esas lagunas nos metimos en un
terreno semi inundado, en el que me llamó la atención este enorme panal y sus
dueñas: lechiguanas (Brachygastra
lecheguana).
Algunas de las aves que no volaron, porque la
mayoría nos vieron desde lejos y rajaron, deben haber pensado: “Hay 111
lagunas, para qué vienen a molestar a esta…”. Pato cutirí (Amazonetta brasiliensis), una pareja, la hembra a la izquierda y el
macho a la derecha.
Aquí un grupo de sirirí pampa (Dendrocygna viduata), una presencia
habitual en nuestras lagunas pampeanas. Bueno, aquí no se quedan cortos, hay
muchísimos.
Retomamos el camino y encontramos esta cigüeña
americana (Ciconia maguari):
Cerca de la cigüeña, en un árbol alguien
degustaba su almuerzo, era un ejemplar juvenil de caracolero (Rostrhamus sociabilis), pero algo raro
pasaba... En la provincia de Buenos Aires los caracoleros comen caracoles como
bien lo indica su nombre, pero en Corrientes eso no cuenta, vean en la
ampliación lo que está comiendo este caracolero: es un cangrejo de río (Dilocarcinus pagei).
En los pastizales aledaños cantaba este pecho
amarillo grande (Pseudoleistes guirahuro),
es muy parecido al pecho amarillo que vemos en nuestra pampa, pero este es de
mayor tamaño y posee los hombros y la rabadilla amarillos, además del pecho que
es común en ambos y les da su nombre.
Otra tarde fuimos nuevamente al Estero Santa
Lucia, tomamos el sendero Yatay y mientras cruzábamos un pastizal, se empezó a
oír una motocicleta, era un ruido que parecía mecánico, y notamos que lo
provocaba un ave que volaba a gran velocidad, subía en silencio y luego en una
caída vertiginosa emitía ese sonido. Intenté fotografiarla y lo mejor que
obtuve fue la siguiente imagen, y se develó el misterio: era una becasina común
(Gallinago paraguaiae).
Después buscamos información y encontramos
que durante la reproducción, a fines de invierno, hace un despliegue (es parte
del cortejo reproductivo) y se eleva a gran altura, luego desciende en 45° a
gran velocidad y ahí se genera un fuerte zumbido intermitente producido por el
viento que agita las plumas rectrices externas modificadas. Es frecuente que
realice estos vuelos al atardecer o en noches de luna llena, pero lo pueden
hacer de día también.
Al
día siguiente la encontramos cerca de una laguna y realmente no sé cómo la
pudimos ver, creo que fue Joaquín quien la detectó.
Ya volviendo, vimos unos enormes nidos y de
repente apareció el dueño de casa: espinero grande (Phacellodomus ruber).
De repente, este arañero coronado chico (Basileuterus auricapilla) se mostró un
par de minutos:
Y esta belleza vestida de novia, una monjita blanca
(Xolmis irupero), la hermosura de lo simple…
Y el fiofío pico corto (Elaenia parvirostris) no se queda atrás en simpatía…
Un día después de almorzar aparecieron en el
camping unos visitantes no tan comunes, uno de ellos en particular, el tingazú
(Piaya cayana), se paró en un lapacho
rosado (Handroanthus impetiginosus)
para que yo le tomase esta fotografía:
Otro visitante, un poco más oscuro, fue este
chopí (Gnorimopsar chopi). Siempre se
movían en grupos no muy grandes, su tamaño es un poco mayor al del tordo
renegrido. Noten los surcos en su curvo pico negro…
Y en el mismo lapacho del tingazú, se posó
este chimachima (Milvago chimachima)
que relojeaba todo desde arriba: ¿miraría nuestro almuerzo?
El día anterior habíamos encontrado en un camino
a este juvenil de chimachima, vean su mirada inocente… es un niñito.
Y llegó el último día, todo tiene un
final, todo termina… pero el parque nos brindaba más sorpresas. Aún con el sol
haciendo fuerzas por salir se posó, en un árbol cercano, esta hembrita de
anambé grande (Pachyramphus validus),
otro “lifer”.
Salimos al camino y a unos pocos kilómetros nos
vino a despedir este zorro gris (Lycalopex
gymnocercus), nos miró, nos midió y parece que lo aburrimos... Vean que le
faltan los colmillos, ¿será un individuo añoso?
Añoso o no, decidió marcharse tranqui... esa tranquilidad la dan los años.
Al pasar por una de las lagunitas del
camino que tantos bichos nos permitieron ver, una pareja de martín pescador mediano
(Chloroceryle amazona) estaba
desayunando. Vean el pico de la hembra en la primera foto, está lleno de
barro... pensé en dos explicaciones: o se puso una mascarilla de barro de esas
que usan las chicas (al fin y al cabo es una dama) o se tiró de cabeza pensando
que había agua y era barro nomás... Luego, la feliz pareja.
En una última lagunita, antes de dejar el
parque, una pareja de macá pico grueso (Podilymbus
podiceps) con su plumaje nupcial se quedó observando cómo nos alejábamos…
Quiero recalcar que cada vez que salíamos
a los senderos encontrábamos alguna especie nueva, parecía inagotable: en estos
tres posteos sólo estoy subiendo algunas de las 140 especies de aves que vimos,
9 especies de mamíferos, varias de reptiles y una innumerable cantidad de
insectos, la mayoría aún sin identificar… y solo estuvimos una semana.
Parque Nacional Mburucuyá, un lugar para
volver…
Gracias Mariel, muchas gracias. Cariños
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